«Desentrastiar«, esa palabra del asturiano que me representa porque me gusta hacerlo pero a la vez me cuesta. Tengo la suerte de tener una menta bastante organizada y ese orden interno suele acompañarme externamente, pero no siempre. Como comentaba en otro post, no soy una persona de rutinas, por lo que la disciplina diaria que se requiere para que el entorno esté como necesito no siempre es fácil. A veces es muy difícil.
Esa dificultad suele proceder de momentos de enmadejamiento mío, donde se me enredan un poco los pies y las ideas y lo que está sucediendo internamente se ve exteriormente. Tareas sencillas como ordenar un armario, revisar las carpetas del ordenador para ver qué se queda y qué se va u organizar los menús y hacer una compra equilibrada se vuelven misión imposible. Como me conozco bien (creo) sé que la solución consiste en dejar que se desenrede un poco la madeja y mientras tanto convivir pacíficamente con el pequeño caos sin frustrarse.
No soy la única a la que le sucede esto; cuando alguien me lo comenta en la consulta, bien por sí, bien por algún familiar con el que convive, intento explicar que el desorden que vemos sale del que no se ve y que esperar, por ejemplo, de una adolescente que ha sufrido bullying durante años que recoja su ropa quizá sea algo que no pueda suceder porque el peso emocional que transporta no le permite tomar ni la más pequeña de las decisiones todavía.
Cuando sentimos que podemos hacer una pequeña tarea, como ordenar la balda de los jerseys, entrar en una de las carpetas del ordenador a ver qué hay por ahí o comprometernos con desayunar de manera saludable y el resto que vaya viniendo, significa que estamos en el camino de la recuperación. Los cambios son lentos y casi nunca fáciles.
Yo acabo de desentrastiar una parte del armario tirando ropa que no uso al contenedor de Cáritas y también he ordenado documentos y archivos que ya no necesitaba. La sensación suele ser de alivio y de ligereza. Tirar cosas, momentos o personas que ya no deben acompañarnos nunca es sencillo. Si nos acostumbramos a convivir con la incomodidad puede que cuando llegue el momento de soltar no podamos hacerlo sin ayuda profesional.
¿Y qué tal tus armarios? ¿Cómo están de desordenados?