Hablando el otro día con un compañero me contó algo que encaja perfectamente en este blog y le pedí permiso para contarlo.
Lo conocí en una reunión donde empresas y autónomos de distintos sectores hacemos algo de networking para promocionar nuestros negocios, o sea, el boca a boca de toda la vida pero puesto en modo estructurado. Al relatar cómo había llegado a emprender en el sector de la domótica, me explicó que su principal motivación había sido el buscar un cambio en su modo de vida.
Puede parecer un tópico, pero agobiado de las presiones por alcanzar los objetivos en la multinacional donde estaba anteriormente, harto de jornadas de trabajo interminables y de la ansiedad del domingo por la tarde por tener que empezar otra semana corriendo contra el tiempo, un día comprendió o sintió que aquello no tenía mucho sentido, se lió la manta a la cabeza y «pidió la cuenta», como se decía antiguamente.
Con la incomprensión de casi todo el mundo y el apoyo incondicional de su pareja, desmontaron su vida en la capital y se vinieron, no ya a provincias que habría sido un triunfo, sino a un pueblo pequeño rodeados de verde y naturaleza donde la vida es lenta y las oportunidades escasas. Esa decisión conllevó la renuncia al salario astronómico de directivo y al cobro del bonus de productividad a la vuelta de las vacaciones, por la incertidumbre del autónomo y el pago (que no cobro) del I.V.A. al acabar el verano. ¿Qué ha hecho que esta transformación mereciera la pena? El bienestar y la salud que ha ganado tanto él como su familia.
No todo el mundo es tan valiente, hay quien prefiere seguir viviendo en automático antes de tener que saltar, pues temen que debajo no haya red. Si crees que tu instinto pide cambio pero te da miedo y estás leyendo esto, has llegado al lugar correcto.
¿Cuánto tiempo más crees que podrás aguantar?