Hace unos días publicaba un post hablando sobre la rueda del hámster, ese lugar incómodo en el que es complicado avanzar, resolver u organizar debido a que los niveles de estrés ya son muy elevados. Lo que debemos tener claro es que no se entra ahí de repente, sino que lo habitual es pasar antes un tiempo más o menos largo en la turbina.
Llamo la turbina a ese estado profesional en el que la vida nos va atrapando y nos encontramos atendiendo a mil tareas, visitando a miles de personas y resolviendo miles de incidencias. Para las personas de acción que no se sienten atraídas por la monotonía estar en la turbina tiene un punto de diversión y de adicción que anima y motiva a empezar cada día con una gran dosis de energía que tiene un punto muy adictivo.
Sin embargo con el tiempo puede que la turbina se acelere mucho y pasemos al siguiente estado que empieza a ser preocupante y es cuando la persona siente que está pasada de revoluciones. La velocidad aumenta, las vueltas son cada vez más rápidas y ya no es sencillo mantener el ritmo.
Cuando la turbina comienza a girar, aunque vaya acelerada, aún somos capaces de resolver y de avanzar; cuando la sensación es de haber perdido pie y de pérdida de control, la ineficacia amenaza con instalarse de forma incómoda y persistente en nuestro día a día. Si no detectamos a tiempo las señales de alarma y bajamos las revoluciones, la turbina nos llevará indefectiblemente a la rueda del hámster.
En ocasiones somos nosotros mismos quienes nos volvemos adictos a la turbina; en otros casos es la organización en la que trabajamos quien exige ritmos de trabajo excesivos; otras veces puede que sean las circunstancias personales las que nos envuelven y nos impiden actuar de otra manera.
Si encuentras que la turbina se ha vuelto un lugar incómodo, no dudes en buscar ayuda antes de que la velocidad de la máquina la vuelva incontrolable.