A los 35 años tuve mi primera crisis laboral: tenía un buen trabajo con un buen salario, estaba bien considerada y también era el sector para el que me había formado, sin embargo no era feliz. Comida por el estrés, intoxicada de cortisol y frustrada profesionalmente un buen día colapsé y me quedé de baja. Paseaba, me iba de compras, miraba la puesta de sol y escuchaba el ruido del mar, tan fácil todo y tan difícil cuando estás en la turbina. Al mes pedí el alta y cuando me incorporé comuniqué en la empresa que lo dejaba. Me dio vértigo.

Era la primera vez que notaba aquella sensación incómoda de asomarme al vacío, de no sentir nada bajo los pies, de pánico ante la incertidumbre que se avecinaba. No tiene nada que ver con la seguridad material, pues esa estaba garantizada, era un estado emocional de mareo y terror. Me asusté y miré hacia atrás. ¿Volver? Por supuesto que no. Pues entonces no había plan b, tenía que dar el paso y avanzar.

Ese vértigo lo he sentido otras veces en mi vida, pero ya en menor medida. Muchas veces tengo que advertir de ello en la consulta y procuro transmitir tranquilidad a la persona que sabe que tiene que tomar una decisión crucial y está aterrorizada. No hay otro modo, no se puede evitar el vértigo, hay que experimentarlo, aguantarlo y esperar a que se pase. Se pasa siempre. Al otro lado está el camino de baldosas amarillas

Si sientes que tienes que hacer un cambio y crees que vas a caer al precipicio piensa que desde ahí también puedes volar. Atrévete, experimenta y si crees que solo o sola no puedes, no dudes en contactarnos, nuestra primera consulta es gratuita.